miércoles, 25 de abril de 2012

Covadonga

Covadonga y su entorno es uno de los puntos cardinales de Asturias. Una latitud sacra y hermosa a la que se acercan fieles, turistas y amantes de la montaña. Allí reposa la imagen de la adorada Santina, patrona de la región. La altitud media del lugar, de camino hacia los Picos de Europa o hacia el cielo, lo convierte en cruce de caminos de la religiosidad asturiana y su paisaje. Covadonga también tiene mucha altura histórica.



Una de sus cotas más legendarias es una hazaña sin par, referente histórico de primera magnitud de la España remota. En este lugar, armados de piedras y poco más, las hordas territoriales iniciaron la Reconquista de la península y la costitución de todo un reino astur. Con Pelayo a la cabeza, los árabes se batieron en retirada, humillados. Cuenta la leyenda que los astures se ocultaron pacientemente en los recovecos de estas montañas esperando su oportunidad. En el año 722 saldrían de su escondrijo para verse las caras con su enemigo y triunfar finalmente en la que hoy conocemos como la Batalla de Covadonga. Las milicias autóctonas eran bastante menos numerosas que las de los “infieles”. La victoria cobró tintes de epopeya y entró con nombre propio en los anales de la historia y en los capítulos de los libros de texto. Una escultura de Don Pelayo en las inmediaciones de la basílica, nos muestra un hombre firme y sereno, protagonista de una época. En nombre de la leyenda podemos seguir hablando de Covadonga. Crónistas antiguos sostuvieron que el culto a la Santina es más antiguo de lo que pueda parecer, y que ya en tiempos de Pelayo la Virgen estaba muy bien considerada e influyó decisivamente en la victoria cristiana. “Pequeñina y galana”, como dice el cantar, tiene una cueva para ella sola desde entonces. Excavada en la roca es, sin duda, uno de los puntos más hermosos de Covadonga y a ella acuden unos cuantos miles de peregrinos anuales en busca de alguna gracia extra para sus vidas. Desde esta entraña católica, recogida e íntima, las oraciones cobran un mayor sentido que las cámaras fotográficas o la mirada turística, si bien también abundan en las inmediaciones. A la cueva se puede acceder por una escalera de 101 peldaños en la que es habitual ver demostraciones de penitentes en cumplimiento de alguna promesa, muchos la suben de rodillas, rezando o besando el suelo, con velas encendidas o los brazos en cruz, unos dando gracias y otros rezando por una respuesta milagrosa de la Señora. Etimológicamente Covadonga procede de la expresión latina ‘Cova dominica’ que significa “Cueva de la Señora”. El 17 de octubre de 1777 el santuario quedaba prácticamente destruido debido a un gran incendio. La actual imagen de la Virgen, posterior a este incendio, es de rostro más apacible y gracioso que el anterior, según se dice. Está erguida sobre un pedestal de piedra, y su tamaño y delicadeza justifican que se la denomine cariñosamente “la Santina”. Junto a su imagen descansan los huesos del Rey Pelayo y Alfonso I, y en el aire se respiran la admiración que dos Papas, Juan XXIII y Juan Pablo II, profesaron en sendas visitas al santuario asturiano. De la inmensa roca, justo bajo la gruta de la Virgen, surge una impresionante catarata que forma en su caída una laguna en la que los visitantes deben cumplir el rito de arrojar una moneda. El destello del vil metal queda sin función lucrativa alguna, hundido como depósito sólo de deseos inmateriales. Otro de los ritos populares está asociado a la Fuente de los Siete Caños, que se encuentra también bajo la cueva y de la que se dice textualmente: “la Virxen de Covadonga, tien una fuente muy clara, la neña que de ella bebe, dentru del añu se casa”. El que tenga prisa por contraer matrimonio ya sabe… que sacie su sed en Covadonga. Pasamos de la cueva divina a la arquitectura humana. La bella basílica de Covadonga se construyó entre los años 1877 y 1901. La desaparición de sus planos originales, posiblemente en el transcurso de la Guerra Civil, la dejó sin su original radiografía. Sin embargo, este monumento está considerado como uno de los mejores ejemplos de la arquitectura neorrománica de finales del siglo XIX. Hace poco celebraba su primer centenario altivamente, siempre erguida sobre el cerro del Cueto, en el borde de un abismo semicircular. El inmueble es visible desde todas partes y atrae las miradas como un poderoso imán de ojos humanos. En su interior se respira la calma esperada, y un órgano inmemorial suena en las alturas cuando toca ceremonia. Hasta finales del siglo XIX el culto fue muy pobre; a Covadonga llegaban algunos peregrinos en el verano y sobre todo durante la Novena y fiesta de la Virgen el 8 de septiembre. El Santuario tenía malas comunicaciones, además los canónigos no residían allí sino que venían por turno a celebrar las misas. Hoy en día todo a cambiado. Un grupo nutrido de eclesiástico vela por el culto y las instalaciones, y los visitantes han crecido en número hasta desbordar todas las previsiones.

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